La gata Julia pensava molt. Pensava sobre els éssers humans. Aquestes criatures bípedes que confinen a les seues cries durant hores, amb el pretext de proporcionar-los un gram de civilització. Quin gran engany, el de la civilització; doncs els resta als humans molta de la llibertat de què gaudeix Júlia, per anar d’aquí cap allà sense que ningú li faça comptes.
I aquest gegant de Rubén. Vaja mel·liflu, vaja conformista. Vaja ser sense substància; paralitzat per la malenconia. La gata Júlia no sap si tornarà mai a la casa de tamany ploraner.

(JÚLIA)

La gata Júlia aquell matí havia seguit a Rubén a la feina, sense que aquest se n’adonés. I s’havia quedat rondant per l’arbreda de pati de l’institut. Pujada a una branca ronronejava, mig adormida.

Està bé, sóc simple, no tinc cap complicació. M’agrada caminar sota la pluja a l’estiu, els gelats de nata, jugar a bàsquet, fumar quan estic nerviós, llegir a Jürgen Habermas a mitja vesprada, els programes de televisió del cor, beure sucs exòtics. No m’agrada eixir a prendre copes, ni flirtejar amb dones a la nit, no m’agrada conduir, ni viatjar perquè sí, ni escoltar música. És això un delicte? M’estic tornant neurastènic. No deixe de veure una i altra vegada vídeos de gatets a YouTube. Gatets afectuosos i tendres que em recorden la tendresa que he perdut. Em recorden a ella. A ella que em proporcionava aquesta tendresa i s’ha anat. Aquest mínim de tendresa que tots necessitem per sobreviure. Aquest mínim de carícies i contacte físic que restableix el nostre equilibri i sembla reconciliar-nos amb el món. A hores d’ara, pense que sense ella no podrà ser. A hores d’ara no sé si seré capaç de sobreviure a aquesta tristesa. Sí, tristesa. Tristesa que ho entela tot. Ja res importa. Ni tan sols el més extraordinari. Ni tan sols que Devendra sigua capaç de levitar. Ni tan sols m’importa que una estranya maledicció semble haver-se acarnissat amb nosaltres com a societat. Ja no m’importa que als adolescents del món no els interesse altra cosa que no sigua connectar-se a internet. L’únic que m’importa és ella. La meva gata, Julia, ha fugit de mi. Es va escapar per la finestra ahir nit i encara no ha tornat. I intuixc que mai més tornarà.

(RUBÉN)

A vore com ixc d’aquesta. Jo, que no he cregut mai en les segones oportunitats. Em costarà oblidar-la, i em costa pensar que haja de ser així. Que haja de tornar a casa aquesta nit i ja no hi siga. I que haja succeït tot tan ràpid, gairebé sense donar-me explicacions. És que li molestava la meua falta d’ambició? Aquesta merda només és una feina; una forma relativament digna de guanyar-me la vida. Per a què més? Què mes dona que haja d’assumir servilismes cap a tota aquesta gent que es creu millor que jo per haver estudiat una mica més? A qui pot fer-li mal aquesta forma que tenen alguns exigir-me coses més que a mi? Si jo ho assumeixc i tu em vols, ho has de respectar, no? Fugint i deixant-me a soles l’únic que fas és aprofundir en la ferida …

Flipante, ¿pero qué pasaba hoy?. A Lalo parecía que le había dado algo, endemoniado o algo parecido, como en los vinilos de los años 70, que si los ponías al revés oías el mensaje oculto. Rubén era capaz de hablar deprisa y encima tener ojos de calma, o eso me parecía.  Y corro a ver a Devendra y va y levita. La Ostia. Me tuve que pellizcar un par de veces porque debía estar soñando. Pero a parte de un par de morados no saqué nada más. De verdad que no me había tomado nada, a parte de la melatonina de la noche anterior.  Y mientras levitaba, cosa que asumí como si la viera todos los días, no podía dejar de pensar que cuando llegara a clase tendría que improvisar una vez más. No tenía remedio. ¿Pero cuantas cosas puedo pensar en el plazo de segundos?.

Abrí la puerta y allí estaba él, mi gigante favorito. Con esa mirada tranquila, que me producía un maravilloso efecto relajante. Traspasé sus inmensos ojos azules y volé por la nada de su conciencia, como acunada por esa actitud suya de matadragones. Aterriza, Sonsoles, aterriza, y escucha lo que Rubén te quiere decir.

 

-Devendra lo ha vuelto a hacer -dijo Rubén-. No nos hace caso a nadie; tal vez tú le hagas entrar en razón.

 

Devendra es el psicólogo del instituto. Nuestro psicólogo hindú. De nombre, al menos. Porque Devendra, en realidad, es de Xàtiva. Una vez me contó que sus padres le pusieron Devendra porque se conocieron y enamoraron en unas clases de yoga; y su peofesor de yoga se llamaba así, Devendra. A ver qué le pasaba esta vez al bueno de Devendra…

 

-Lleva en la postura de la flor de loto cerca de diez horas, calculamos -dijo Rubén-. Ayer cerré el instituto sin darme cuenta de que Devendra todavía no había salido. Me pareció raro -prosiguió Rubén- que su coche estuviese en el parking; pero como a veces se va andando a casa no me preocupé demasiado. Esta mañana me lo he encontrado sentado de esa manera tan rara. Estaba rígido, como de piedra, y apenas respiraba. Sigue así. Es como si se hubiera ido, como si estuviera en otra dimensión. Le llamas y no te hace caso. Javier, el de filosofía, le ha tirado un vaso de agua por encima y no reacciona. Hemos pensado que tal vez a ti te haga caso, como otras veces. Sois amigos, ¿no?

 

Entramos en el despacho de Devendra, presidido por una enorme escultura de escayola de un “buda” con cabeza de elefante, en la misma posición de loto que Devendra ostentaba en ese mismo momento.

 

-Devendra, ¿me escuchas? -nada, ni caso. Toqué su espalda; estaba rígida como una piedra. Busqué en el cuello el pulso, sus latidos. La frecuencia era bajísima. Debía tener veinte o veinticinco latidos por minuto, tal vez menos.

 

Estuvimos varios minutos tratando de comunicarnos con Devendra, sin ningún éxito. Varios rodeábamos a aquel yogui perdido en las oscuridades de su interior. Allí nos congregamos, como espectadores sorprendidos, Vicent, el director, Vicenta, la secretaria, y Olga, la subdirectora. 

 

De pronto algo pareció cambiar en Devendra. Temblaba ligeramente, cada vez con mayor intensidad. Hasta que nos dimos cuenta de que no tocaba el suelo. Se había levantado del suelo cuatro o cinco dedos, ocho, diez centímetros, más o menos. Devendra había conseguido levitar.

Tocaron a la puerta del departamento, era Rubén, el conserje,  hablaba muy deprisa. ¿Primero Lalo y ahora Rubén? ¿Se habían vuelto todos locos o qué? . A mí aún me quedaban cosas que preparar para la clase y estaba claro que hoy no me iba a dar tiempo, entre mi apatía y el extraño comportamiento de todos estaba atascada. Siempre atascada. Voy a cambiarme el apellido. Me presentaría: Sonsoles Atascada , encantada “Una admiradora, una esclava, una amiga, una sierva” como la película de mi infancia que tanta gracia me hacía, no he vuelto a verla porque creo que ya no la vería con los mismos ojos.

Estuve un buen rato escuchando a Lalo a través de la puerta, era cháchara indescifrable, hasta que me di cuenta de que ¡hablaba al revés!

 

En un momento determinado, repitió insistentemente algo. Pero, ¿qué?

 

Cogí un papel y apunté lo que Lalo decía:

-¡Anoromsed es odot, anoromsed es odot, anoromsed es odot..!

 

Lo escribí al revés. Por consiguiente, lo que Lalo estaba queriendo decir es que “Todo se desmorona”.