(SONSOLES Y JAVIER)

 

Cuando Javier llegó a la sala de profesores Sonsoles ya estaba sentada en su sitio habitual: junto a una columna que ocupa una posición central en la sala, y que interfiere en la mirada de cualquiera que se asome por la puerta. Sonsoles decía siempre que prefería ese sitio por una cuestión de resguardo, por sentirse protegida junto a la superficie cilíndrica (de unos cincuenta centímetros de diámetro, aproximadamente), de carácter macizo. La columna fuerte, robusta, inexpugnable, junto a la que sentirse segura. En su fuero interno, y en conversaciones privadas, Sonsoles confesaba el carácter erótico de su decisión de colocarse allí, en ese preciso lugar, junto a ese enorme símbolo fálico, desde el que acurrucarse y, ay, soñar… Javier conocía esta segunda versión y a veces bromeaba con su amiga Sonsoles, casi siempre en clave, para no incomodarla.

 

Javier solía sentarse en una esquina, bastante lejos de Sonsoles. Esto les obligaba a casi gritar, cuando se hablaban. Pero no había otro remedio, pues las “vacas sagradas” del claustro tenían cada una asignado un lugar en la enorme mesa de la sala de profesores. En una esquina, por otro lado, Javier se sentía cómodo; pues la esquina subrayaba su carácter de “outsider” en el instituto. La esquina no era un lugar asignado a nadie. En cierto modo era lo que en el lenguaje militar se conoce como “tierra de nadie”. Su lugar.

 

– ¿Has hablado con Árnold? – preguntó Javier.

– No lo he visto hoy. ¿Por qué? – dijo Sonsoles.

– No sé. Estaba raro en la guardia de patio. Cojeaba un poco, me ha preguntado si yo tenía wifi, cosa que me ha dejado desconcertado. Y al poco rato, me ha dicho que Paco, el nuevo de plástica, el jovencito, en realidad es un doppelgänger de Devendra.

– ¡Qué burrada! Aunque, bien mirado, ese chico, ¿cómo has dicho que se llama?, ¿Paco?, sí que se da un aire a Devendra.

– Me he cruzado con él al venir hacia aquí y, no sé si inducido por lo que me ha dicho Árnold, sí me ha parecido que hay algo extraño, o maligno, en él.

– Creo que Caridad me dijo que es escultor- apuntó Sonsoles.

– Vaya, a saber qué clase de esculturas hace –dijo Javier.

– Ahora que lo dices, hace un par de semanas sucedió algo extraño en una de sus clases. Una chica de tercero de ESO descubrió una sombra en el aula, en la que parecía adivinarse una cara, como las famosas caras de Bélmez. Llamaron a Lalo, pues algunos alumnos se asustaron. Y no consiguieron averiguar qué o quién había dibujado esa cara en la pared. La chica dijo que se parecía a su tío Benito, el hermano de su padre, un exalumno.

– Igual lo dibujó el tal Benito, años ha. Y el dibujo ha salido ahora. ¡Vete tú a saber!

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