Toc, toc. Llamé. Pues la puerta estaba casi tan atascada como yo. Inmediatamente acudió a abrirme Rubén. Rubén mide doscientos diez centímetros de altura. Ha sido pívot en un equipo de baloncesto. Se lesionó el tobillo derecho y tuvo que dejar la competición deportiva. Aprobó una oposición y desde entonces es el conseje de nuestro instituto. Un conserje de altura. 

Rubén empujó fuerte la puerta para que yo pudiera entrar. Mientras tanto, yo me ajustaba la falda; sin disimular una cierta coquetería. Todo el mundo sabe que a mí Rubén me gusta. Todo el mundo menos él.

Rubén me saludo. Y luego volvió a la conserjería. Dijo que tenía que hacer fotocopias. Le vi agacharse sobre la máquina fotocopiadora y pensé que, quizá, esa posición tan incómoda era lo que le hacía equivocarse tanto a la hora de hacer fotocopias. Siempre que le encargabas algo salía torcido o con fragmentos fuera del papel. Era un tipo desastroso. Pero adorable. Yo, al menos, lo adoraba.

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